Me gusta el sonido del tráfico al despertar, las cornetas incesantes compitiendo por gritar más fuerte, mis piernas corriendo 19 pisos a causa de un ascensor averiado, la espontaneidad del agua y el sol inclemente, me gusta la desesperación de la gente ante mi mirada calmada y mi alma ansiosa, así veo la ciudad salir de su reposo, huir de la penumbra y jugar a asfixiarse con el humo, ¿no es hermosa? no, sólo es intensa. Por absurdo que parezca me gusta caminar por las calles del centro, ocho cuadras diarias que recorro en cámara lenta, allí no sólo los carros atropellan, lo hacen los transeúntes, las miradas hostiles y el tiempo que corre velozmente, a un lado estoy yo, sólo me deslizo, observo al que corre, al que no tiene dinero, al que con esperanza lee el periódico, al que mira con desprecio a aquellos que están fuera de su burbuja de aire acondicionado, al que limpia con su corbata rastros del desayuno, todo es mágico, ellos no lo notan, pero que iguales se ven a las 8 am de un jueves de febrero.
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